domingo, 23 de septiembre de 2007

22ºcuento:Los amigos

LOS AMIGOS

Que fácil es sonreír, cuando nos miramos al espejo y nos damos cuenta que nuestra sonrisa traerá otra sonrisa. Al perdonar y olvidar unos a otros, las faltas, nos permite estar en armonía con el Universo, si fuéramos perfectos no estaríamos en la Tierra puliendo nuestro Diamante Interior. Preparemos cada día nuestros corazones para la armonía.

Había una vez un país donde había muchas flores, quizás tantas que cuando las mariposas golosas ya no sabían en cual flor se posarían cada día, y los picaflores se paseaban aquí, acá y allá.

Esto era obra del amor que brotaba de todos los corazones, y era expresado en la disposición a sonreír, no habían peleas, ni malos entendidos y los corazones estaban plenos de sí mismos, las fragancias de las flores llenaban sus sentidos, de emociones, de pensamientos y sentimientos puros.

Hasta que un día un par de amigos no se hablaron más, y las flores de sus jardines se marchitaron, cuando se veían en la calle se ignoraban como si nunca se hubieran conocido, y cuando esto ocurría los jardines aledaños también se marchitaron.

Este par de amigos empezó a enfermar a su familia, amigos, teñían todo a su alrededor con la falta de amor.

Y un picaflor que venía de un lugar muy lejano se sorprendió de los cambios que se habían producido allí, ya no era el país lindo que era.

Entonces se propuso que visitaría todas las casas que estaban un poco feas, y que con su cantar alegraría las flores y estas volverían a ser partícipes de jardines muy bellos.

Así que con su alegre cantar, lleno de música los jardines y estos empezaron a mejorar poco a poco.

Y los corazones nuevamente estuvieron felices, pero hubo algunos jardines que no tuvieron remedio, era del par de amigos que no se hablaban.

Un día el pajarito cantó una canción muy triste en casa de uno de ellos, y éste lloró amargamente y se dio cuenta que si no volvía a conversar con su amigo, él ya no podría ser feliz, el rencor le roía el alma.

En otro día cantó la misma canción al otro amigo, pero este tenía duro el corazón, el picaflor lo intentó tres días la misma canción al no obtener resultados, cantó la canción de cuna que cantaba a sus hijitos y éste se sintió triste y se dio cuenta que le faltaba algo y que no podía ser feliz.

Esa misma tarde al pasear por allí, se encontró con su amigo, le miró a los ojos y le dijo: ¿cómo estas, querido amigo? y él sólo le abrazó y le dijo que lo amaba y que su amistad era un tesoro que había perdido.

Ambos amigos se quedaron abrazados largamente y se prometieron mutuamente nunca dejar pasar demasiado tiempo para estar en paz.

Y cuando el pajarito vio esto se puso muy contento y emprendió nuevamente su vuelo.

Todo en ese país, fue nuevamente la tierra de las flores y del color y porque no decirlo también de la armonía.

21ºcuento:Las almohadas

LAS ALMOHADAS

Durante mucho tiempo se creyó que las almohadas eran el simple producto de una leyenda propalada por los pastores de la alta montaña.

Ellos afirmaban que no era sino sentarse a la sombra de un sietecueros de flores moradas y tocar la quena con amor para que empezaran a aparecer. Se entremezclaban con las mansas ovejas y con ellas pastoreaban la loma comiendo grama tierna y amarillas flores de retama.

Nadie nunca había cogido una viva para demostrar la verdad, pues las almohadas que viven en libertad son extraordinariamente tímidas. La silenciosa montaña hace que el más leve ruido sea inmediatamente detectado: dejan de comer, levantan medio cuerpo y miran atentamente en todas direcciones. A la menor señal de peligro se escabullen veloces buscando los tupidos matorrales del páramo.

El primero que amansó una almohada fue Desiderito Palma, un pastor de Miraflores. Fue por la época en que conoció a Adrianita Pérez, una muchacha delgadita, de ojos negros y pelo largo, que sembraba rosas y claveles en un cuadrito de tierra al lado de un robledal.

Desiderito la conoció un domingo en el mercado cuando ella bajó al pueblo a vender flores y él a vender lana. Ese día por la tarde ya estaba enamorado y desde entonces se pasaba las horas en la montaña cuidando sus ovejas y tocando la quena, inventándose melodías de amor para la bella que le había robado el corazón.

Estando debajo del sietecueros de flores moradas le pasó lo que les pasaba a los pastores enamorados: las almohadas silvestres salieron tímidamente a triscar revueltas con las ovejas. Cuando al domingo siguiente lo contó en el pueblo, se rieron de él diciéndole que lo que pasaba era que estaba tan enamorado que veía visiones. Adrianita se ruborizó, pero dijo que sí le creía, pues ya empezaba a descubrir que ese amor era verdadero y que Desiderito no mentía.

Él volvió a la montaña con su rebaño y se dio cuenta de que entre más grande era el amor que sentía, más linda salía la música de su quena, menos flores amarillas de retama comían las almohadas y más se acercaban a escucharlo.

Con el transcurrir de los días hubo una que se aproximó despacito, con el mullido cuerpo levantado y apoyada únicamente en sus cuatro puntas blancas, llegando paso a paso, como pensando cada movimiento, dejando por un instante la pata en el aire, indecisa, pero por fin arriesgándose.

Durante horas y horas escuchaba la música sin dejarse tocar, hasta que llegó el día en que se acercó ronroneando y se acomodó detrás de su cabeza invitándolo a recostarse en ella. Fue un agradable descubrimiento reposar en una almohada mullida que endulzaba el corazón cuando el pastor pensaba en Adrianita.

Desiderito sabía que la almohada lo escuchaba cuando le contaba los progresos de su amor.

Una mañana llegó especialmente feliz a decirle que por fin se iban a casar y por lo tanto ella era libre de volver al páramo con las demás almohadas. Por primera vez en tanto tiempo el mullido animalito de monte habló para decirle que si la libertad era escoger, su decisión estaba tomada: se iba con él, como su primer regalo de bodas.

Esa misma tarde la gente se convenció de que el cuento del pastor no era la invención mágica de un enamorado: la almohada silvestre llegó caminando como otra de sus ovejas, dispuesta a compartir también el amor.

Sobra decir lo felices que fueron los recién casados compartiendo lo poco que tenían, pero que por ser grande el querer, parecía mucho. Dulces sueños después del amor soñaron, abrazados sobre la tierna almohada que desde entonces, alimentándose de ternura, no volvió a necesitar las amarillas flores de retama.

Celso Román - Colombia


La abeja haragana

La abeja haragana

Autor : Horacio Quiroga.

La abeja haragana

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:

-Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.

La abejita contestó:

-Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

-No es cuestión de que te canses mucho -respondieron-, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

-Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió en seguida:

-¡Uno de estos días lo voy a hacer!

-No es cuestión de que lo hagas uno de estos días -le respondieron-, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.

Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:

-¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!

-No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido -le respondieron-, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.

Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.

La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.

-¡No se entra! -le dijeron fríamente.

-¡Yo quiero entrar! -clamó la abejita-. Esta es mi colmena.

-Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras-. No hay entrada para las haraganas.

-¡Mañana sin falta voy a trabajar! -insistió la abejita.

-No hay mañana para las que no trabajan- respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.

Y diciendo esto la empujaron afuera.

La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

-¡Ay, mi Dios! -clamó la desamparada-. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.

Pero de nuevo le cerraron el paso.

-¡Perdón! -gimió la abeja-. ¡Déjenme entrar!

-Ya es tarde -le respondieron.

-¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

-Es más tarde aún.

-¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

-Imposible.

-¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:

-No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.

Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. AI fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

-¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: -¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.

-Es cierto -murmuró la abeja-. No trabajo, y yo tengo la culpa.

-Siendo así -agregó la culebra, burlona-, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamo entonces: -¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

-¡Ah, ah! -exclamó la culebra, enroscándosé ligero -. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?

-No, no es por eso que nos quitan la miel -respondió la abeja.

-¿Y por qué, entonces?

-Porque son más inteligentes.

Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

-¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.

Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:

-Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

-¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? -se rió la culebra.

-Así es -afirmó la abeja.

-Pues bien -dijo la culebra-, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.

-¿Y si gano yo? -preguntó la abejita.

-Si ganas tú -repuso su enemiga-, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?

-Aceptado -contestó la abeja.

La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

-Esto es lo que voy a hacer -dijo la culebra-. ¡Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

-Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

-Entonces, te como -exclamó la culebra.

-¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.

-¿Qué es eso?

-Desaparecer.

-¿Cómo? -exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa-. ¿Desaparecer sin salir de aquí?

-Sin salir de aquí.

-¿Y sin esconderte en la tierra?

-Sin esconderme en la tierra.

-Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida - dijo la culebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

-Ahora me toca a mi, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?

No había modo de hallarla.

-¡Bueno! -exclamó por fin-. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?

Una voz que apenas se oía -la voz de la abejita- salió del medio de la cueva.

-¿No me vas a hacer nada? -dijo la voz-. ¿Puedo contar con tu juramento?

-Sí -respondió la culebra-. Te lo juro. ¿Dónde estás?

-Aquí -respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.

La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.

Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.

Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

-No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

Fin.

19ºcuento: El ave fénix

El Ave Fénix

El Ave Fénix

Autor: Hans Christian Andersen

El Ave Fénix

En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.

Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.

El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.

Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.

¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.

¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.

¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.

En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!.

Fin.



El Asno y el perrito

El Asno y el perrito (Relato Popular)

Un homre poseía un perrito y un asno. El perrito era muy inteligente y juguetón; el asno, muy trabajador, aunque un tanto torpe. El perrito era, en verdad, sumamente gracioso y gran compañero de su amo, que le adoraba. Cuando el hombre salía de la casa, siempre, al regresar, le traía alguna golosina, pues le alegraba ver cómo el animalito daba grandes saltos para sacárle de las manos.

Celoso de tal predilección, el simple del burro dijose un día, sin disimular su envidia. - ¡ Le premia por verle mover la cola, y por unos cuantos saltos le colma de caricias ! ¡ Pues yo haré lo mismo ! Se acercó saltando y, sin querer, le dio una tremenda coz a su dueño, quien, furioso, le condujo para atarle al pesebre.

Moraleja

Asume tu papel con optimismo:

No todos sirven para hacer lo mismo.

18ºcuento: El arco iris y el camaleón.

EL ARCO IRIS Y EL CAMALEÓN

Comienza así nuestra historia:

Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como él. Pasaba el día diciendo: ¡Que bello soy!.

¡No hay ningún animal que vista tan señorial!.

Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad.

Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover.

La lluvia, dio paso al sol y éste a su vez al arco iris.

El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al verlo, pero envidioso dijo: ¡No es tan bello como yo!.

¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la rama de un árbol cercano.

Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las verdades que te enseña la naturaleza.

¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!.

¡Está bien!: dijo el camaleón.

Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.

El camaleón le contestó: ¡Mis colores sirven para camuflarme del peligro, no necesito sentimientos para sobrevivir!.

El pajarillo le dijo: ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir a través de ellos!.

Además puedes compartirlos con los demás como hace el arco iris con su belleza.

El pajarillo y el camaleón se tumbaron en el prado.

Los colores del arco iris se posaron sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus cuerpecitos.

El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.

El color rojo desapareció y en su lugar llegó el amarillo revoloteando por encima de sus cabezas.

Estaban sonrientes, alegres, bailaban y olían el aroma de los claveles y las orquideas.

El amarillo dio paso al verde que se metió dentro de sus pensamientos.

El camaleón empezó a pensar en su futuro, sus ilusiones, sus sueños y recordaba los amigos perdidos.

Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar, peces, delfines y corales le rodeaban.

Daban vueltas y vueltas y los pececillos jugaban con ellos.

Salieron a la superficie y contemplaron las estrellas. Había un baile en el cielo y las estrellas se habían puesto sus mejores galas.

El camaleón estaba entusiasmado.

La fiesta terminó y apareció el color azul claro. Comenzaron a sentir una agradable sensación de paz y bienestar.

Flotaban entre nubes y miraban el cielo.

Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y se mojaron, pero estaban contentos de sentir el frescor del agua.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

El color naranja se había colocado justo delante de ellos.

Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad que le ofrecía el pajarillo.

Todo se iluminó de color naranja.

Aparecieron árboles frutales y una gran alfombra de flores.

Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no valorar aquello que era realmente hermoso.

Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió mas humilde.

17ºcuento: El árbol y la flauta de pan

EL ÁRBOL Y LA FLAUTA DE PAN

Escrito por Nela

EL ÁRBOL Y LA FLAUTA DE PAN

Enfundado entre bosques y envuelto en el misterioso halo de leyendas sobre duendes, hadas y otros habitantes de la oscuridad, hallábase el Gran Reino de Tharon, fortaleza que anidaba en su seno, además de un acogedor pueblo, y a un rey, a una reina y a su preciosa hija, la princesa Yalisa. Los habitantes de este reino eran gentes pacíficas y humildes que profesaban un gran amor por sus reyes y éstos compartían su afecto por tan admirada gente.

Así transcurrieron años felices de buena cosecha y sin guerras en esta preciosa villa. Pero un día en un castillo vecino llamado Crew unos malvados asaltaron por sorpresa el castillo y mataron a los reyes y al príncipe heredero, cuyo cuerpo no volvió a aparecer. Los habitantes de aquel pueblo fueron esclavizados. La gente de Tharon estaba atemorizada pensando que esos malvados podrían llegar a su aldea, pero pasaron los meses con total tranquilidad y la gente se fue olvidando de este trágico suceso, aunque corrían por las calles un montón de leyendas sobre el príncipe desaparecido, el cual se hallaba embrujado en el bosque, según se decía.

Sólo transcurrieron tres meses más de paz ya que una noche en la que la pequeña villa dormía tranquila, unos villanos asaltaron el castillo. Todo sucedió mientras la princesa Yalisa dormía en su torre. De pronto oyó ruidos y voces y al asomarse a la ventana vio a unos hombres vestidos de negro que luchaban contra la guardia real. Esto salvó sus vidas ya que los asaltantes fueron entretenidos lo suficiente como para que Yalisa y sus padres pudieran escapar por los pasadizos del castillo y echar a correr posteriormente por la espesura del valle, cubierto de niebla aquella noche, lo que les permitía una mayor seguridad. Al llegar al bosque la princesa Yalisa se percató de que ya no oía las pisadas de sus padres ni veía sus sombras reflejadas por la tenebrosa luna. Pensó que no podían estar muy lejos y se volvió para buscarles pero entre la densidad de la niebla divisó a sus perseguidores cargados de antorchas que se iban acercando. La pobre princesa no sabía donde buscar a sus padres, pensó en gritar sus nombres pero eso la delataría ante las antorchas que, cada vez más, iluminaban el bosque. La solución era esconderse pero no encontraba ninguna cueva y ningún saliente de roca para esperar agazapada que los malvados villanos pasaran de largo. Así pasó unos interminables minutos hasta que descubrió un hueco en un tronco de árbol y sin pensarlo más se metió dentro esperando no ser encontrada, pero para su sorpresa el tronco se cerró inmediatamente después de que ella entrase.

"¡Oh, no!-pensó angustiada la princesa-seguro que los villanos han instalado trampas en el bosque y he caído en una de ellas."

Inmediatamente después oyó las voces de los villanos que seguían buscándola y maldecían por no haberla encontrado.

Al rato ya no oyó las voces de sus perseguidores mas oyó una voz profunda que parecía salir del corazón de aquel árbol que le decía:

"Hermosa princesa, porque vos sois princesa a buen seguro por las ropas que lleváis, ¿acaso estáis en apuros?"

La princesa respondió aliviada al ver que el árbol no tenía nada que ver con los malvados villanos que querían apresarla:

"Sí, noble árbol, esos malhechores quieren matarme por lo que os ruego que me escondáis aquí unos días más ya que me perdí en el bosque y no puedo regresar al castillo porque, sabe Dios, qué estarán haciendo con mis gentes y que harán conmigo si vuelvo allí."

"Tranquilizaos, bella princesa, aquí no habréis de temer nada.-respondió la misteriosa voz- Lo único que os pido a cambio es que, cuando yo os lo pida, toquéis para mí esta flauta de pan."

"Haré por vos lo que me pidáis, árbol de gran corazón." dijo la princesa sellando el pacto.

Así pasaron unos meses. Yalisa vivía en el bosque, recogía bayas y frutos silvestres e iba a coger agua del río y por la noche se metía en el tronco del árbol y a su paso éste se cerraba hasta la mañana siguiente dándola una seguridad y una protección increíbles que la princesa agradecía dotando al árbol de todos los cuidados. Yalisa estaba a gusto allí aunque el recuerdo de sus padres la hiciera llorar cada noche y sentía de madrugada las voces de los villanos que estaban buscándola para acabar con su vida. Poco a poco la primavera llegó y a su paso trajo el amor entra Yalisa y el árbol, quienes se amaban en secreto.

Un día cuando Yalisa se fue a buscar agua al río oyó unas voces que provenían de la otra orilla. Su instinto la hizo ocultarse entre unos matorrales pero cuando las figuras se acercaron pudo comprobar que eran sus padres que volvían a buscarla. La princesa no se lo pensó dos veces y corrió junto a ellos. Los reyes abrazaron y besaron a la niña durante un buen rato y las lágrimas corrían rápidas por sus mejillas.

"Hija mía, creíamos que te habíamos perdido para siempre" gimoteaba la reina. "Dios es misericordioso y ha escuchado mis súplicas. En cuanto lleguemos a Tharon mandaré edificar una iglesia dedicada al Dios misericordioso que hizo que recuperáramos a nuestra hijita"

Cuando se serenaron Yalisa les pidió volver a Tharon pero los reyes dijeron que tenían noticias de que Tharon aún seguía siendo saqueado por los villanos y que no podían volver. La reina habló de ir a otra villa cercana, Asterville, donde reinaba su hermana ya que los villanos no les encontrarían allí pero para ello habían de cruzar las montañas y era un camino peligroso y largo. Yalisa les contó la historia de su exilio, les habló del árbol, de su promesa,...

Al ver el árbol que el tiempo transcurría y que Yalisa no volvía del río, decidió salir a buscarla. El espíritu del árbol salió de su cuerpo y fue a buscar a la princesa, a quién encontró concretando un plan de huida junto con sus padres. El árbol triste y abatido decidió vagar por el bosque en señal de duelo puesto que su amada princesa se iba a ir traicionándolo y dejándole sólo. El pobre árbol no podía volver a su cuerpo, el lugar donde albergó y amó en secreto a su princesa.

Mientras, Yalisa pidió a sus padres volver para despedirse del árbol a quién apreciaba mucho puesto que le había salvado la vida durante todos estos meses. Sus padres la insistieron mucho en que estaba en peligro. Además caía la noche y los villanos cruzarían el bosque, una noche más ,en su busca. Yalisa accedió pero cuando pasó el río les dijo a que no podía romper su promesa de tocar la flauta de pan al árbol y además éste estaría muy preocupado por su retraso. Sus padres se entristecieron mucho, pero aconsejaron a su hija escuchar la voz de su conciencia y puesto que había sobrevivido durante tantos meses sabían que allí estaría segura. Al final Yalisa decidió quedarse en el árbol y sus padres prometieron venir en su busca tan pronto como llegaran al castillo de Asterville. Así fue como se despidió de sus padres y con lágrimas en los ojos regresó al árbol. Ya era media noche y se oían los gritos lejanos de los villanos que bajaban al bosque a buscarla. Yalisa entró en el árbol pero para su sorpresa su tronco no se cerró tras de ella. Yalisa, sorprendida, suplicó al árbol que se cerrara, que la protegiera una vez más pero no obtuvo respuesta. La princesa gritaba y chillaba desesperadamente mientras oía las voces, ya cercanas, de los villanos.

"Árbol, mi árbol, ¿dónde estás?. Por favor regresa, regresa y protégeme. Amado árbol ¿dónde te escondes?"

El árbol que ya se alejaba por el bosque oyó los gritos de Yalisa y, guiado por su corazón, fue a socorrer a la niña que se encontraba muy cerca de sus agresores ya que sus gritos la delataron. El espíritu del árbol regresó justamente cuando un villano gritó:

"Ahí se esconde lo que buscamos."

Yalisa se adentró en el árbol en un último esfuerzo y para su sorpresa esta vez el tronco se cerró tras de sí. Yalisa le dio las gracias al árbol y le preguntó por qué se había marchado. El árbol, con dolor en sus palabras le respondió:

"Salí a buscaros al ver que vos no regresabais y vi cómo os alejabais con vuestros padres sin ni siquiera despediros de mí ni cumplir vuestra promesa. Entonces decidí vagar por el bosque y llorar tu ausencia" .

"Pero, mi amado árbol, ¿cómo pudisteis pensar que os iba a abandonar, tanto dolor os produciría mi ausencia?", preguntó la princesa.

"Tanto dolor como la muerte" respondió el árbol.

Al terminar estas palabras oyeron las voces de los villanos que llegaban al árbol "¡Allí se escondió!"- gritaba el villano que descubrió a Yalisa, que además parecía se el jefe de esos malvados hombres vestidos de negro.

"¿Qué vamos a hacer?"-preguntó Yalisa asustada.

"Sólo hay una forma de salir de aquí; si en verdad vos me queréis y sentís amor puro por mí tocad la flauta de pan"

Tras dudar, la princesa Yalisa tocó una bella melodía con la flauta y para su sorpresa la figura del árbol se fue desvaneciendo. En su lugar fue apareciendo la figura de un apuesto muchacho vestido con ropas de príncipe. El príncipe tenía en sus brazos a Yalisa a quién dejó en el suelo delicadamente. Luego desenvainó su espada y luchó contra los villanos quienes perecieron ante el poder de su espada. Tras acabar con los malhechores el príncipe tendió la mano de Yalisa quién, después de mucho esfuerzo, logró preguntar al príncipe que quién era y que había pasado con el árbol. El príncipe la respondió:

" Yo soy Sigfrido, príncipe de Crew. Un día estos malvados villanos entraron por sorpresa en mi castillo y mataron a las gentes del pueblo. El mago real y yo logramos escapar hasta aquí pero el mago, que era muy anciano, murió en el trayecto, pero para protegerme, antes de morir , me hechizó y me convirtió en un árbol y me dio su flauta de pan y una espada ante la que sucumbirían todos mis enemigos . El hechizo duraría hasta que una mujer que me quisiera de verdad tocara la flauta mágica, y al hacerlo, la melodía fuera tan hermosa como para deshacer el hechizo que me mantenía preso."

"Pero yo no se tocar la flauta de pan"-alegó la princesa.

"La melodía que buscaba era la del corazón y tu corazón me ha dedicado la más delicada melodía que se ha compuesto jamás-respondió el príncipe- pero ahora debemos darnos prisa e ir a buscar a tus padres para decir a todas las gentes que ya no habrá mas guerras en este reino"

Los príncipes se montaron en un caballo que los villanos habían dejado atado en un árbol y llegaron al castillo de Asterville, donde se ocultaban los padres de Yalisa. Al recibir la noticia se pusieron muy contentos y volvieron a Tharon, ahora medio destruido, y vieron cómo los villanos habían esclavizado a sus gentes, como había sucedido anteriormente en Crew. Al ver a sus reyes las gentes de Tharon se pusieron muy contentos y se celebró una gran fiesta en honor a los monarcas y a su príncipe invitado.

A la mañana siguiente el príncipe debía partir a Crew para volver a reinar como lo habían hecho sus padres antes de su muerte. Pero al despedirse de la princesa, ésta no pudo contener las lágrimas y le preguntó:

"¿Os he de perder otra vez, noble caballero?"

A lo que el príncipe respondió:

"No pensaba reinar sólo, además, creo que Crew necesita una reina. ¿Os gustaría casaros conmigo?"

Unos meses después se celebraba una boda en Tharon para inaugurar una iglesia construida en honor a la misericordia de Dios, tal y como mandó el rey quién aseguraba que fue esa misericordia la que le devolvió a su hija. Los contrayentes de aquella boda fueron el príncipe Sigfrido de Crew y la princesa Yalisa de Tharon, quienes reinaron felices en el pueblo de Crew, cuyo escudo ahora lleva un árbol y una flauta de pan en honor a sus reyes.

FIN