domingo, 23 de septiembre de 2007

22ºcuento:Los amigos

LOS AMIGOS

Que fácil es sonreír, cuando nos miramos al espejo y nos damos cuenta que nuestra sonrisa traerá otra sonrisa. Al perdonar y olvidar unos a otros, las faltas, nos permite estar en armonía con el Universo, si fuéramos perfectos no estaríamos en la Tierra puliendo nuestro Diamante Interior. Preparemos cada día nuestros corazones para la armonía.

Había una vez un país donde había muchas flores, quizás tantas que cuando las mariposas golosas ya no sabían en cual flor se posarían cada día, y los picaflores se paseaban aquí, acá y allá.

Esto era obra del amor que brotaba de todos los corazones, y era expresado en la disposición a sonreír, no habían peleas, ni malos entendidos y los corazones estaban plenos de sí mismos, las fragancias de las flores llenaban sus sentidos, de emociones, de pensamientos y sentimientos puros.

Hasta que un día un par de amigos no se hablaron más, y las flores de sus jardines se marchitaron, cuando se veían en la calle se ignoraban como si nunca se hubieran conocido, y cuando esto ocurría los jardines aledaños también se marchitaron.

Este par de amigos empezó a enfermar a su familia, amigos, teñían todo a su alrededor con la falta de amor.

Y un picaflor que venía de un lugar muy lejano se sorprendió de los cambios que se habían producido allí, ya no era el país lindo que era.

Entonces se propuso que visitaría todas las casas que estaban un poco feas, y que con su cantar alegraría las flores y estas volverían a ser partícipes de jardines muy bellos.

Así que con su alegre cantar, lleno de música los jardines y estos empezaron a mejorar poco a poco.

Y los corazones nuevamente estuvieron felices, pero hubo algunos jardines que no tuvieron remedio, era del par de amigos que no se hablaban.

Un día el pajarito cantó una canción muy triste en casa de uno de ellos, y éste lloró amargamente y se dio cuenta que si no volvía a conversar con su amigo, él ya no podría ser feliz, el rencor le roía el alma.

En otro día cantó la misma canción al otro amigo, pero este tenía duro el corazón, el picaflor lo intentó tres días la misma canción al no obtener resultados, cantó la canción de cuna que cantaba a sus hijitos y éste se sintió triste y se dio cuenta que le faltaba algo y que no podía ser feliz.

Esa misma tarde al pasear por allí, se encontró con su amigo, le miró a los ojos y le dijo: ¿cómo estas, querido amigo? y él sólo le abrazó y le dijo que lo amaba y que su amistad era un tesoro que había perdido.

Ambos amigos se quedaron abrazados largamente y se prometieron mutuamente nunca dejar pasar demasiado tiempo para estar en paz.

Y cuando el pajarito vio esto se puso muy contento y emprendió nuevamente su vuelo.

Todo en ese país, fue nuevamente la tierra de las flores y del color y porque no decirlo también de la armonía.

21ºcuento:Las almohadas

LAS ALMOHADAS

Durante mucho tiempo se creyó que las almohadas eran el simple producto de una leyenda propalada por los pastores de la alta montaña.

Ellos afirmaban que no era sino sentarse a la sombra de un sietecueros de flores moradas y tocar la quena con amor para que empezaran a aparecer. Se entremezclaban con las mansas ovejas y con ellas pastoreaban la loma comiendo grama tierna y amarillas flores de retama.

Nadie nunca había cogido una viva para demostrar la verdad, pues las almohadas que viven en libertad son extraordinariamente tímidas. La silenciosa montaña hace que el más leve ruido sea inmediatamente detectado: dejan de comer, levantan medio cuerpo y miran atentamente en todas direcciones. A la menor señal de peligro se escabullen veloces buscando los tupidos matorrales del páramo.

El primero que amansó una almohada fue Desiderito Palma, un pastor de Miraflores. Fue por la época en que conoció a Adrianita Pérez, una muchacha delgadita, de ojos negros y pelo largo, que sembraba rosas y claveles en un cuadrito de tierra al lado de un robledal.

Desiderito la conoció un domingo en el mercado cuando ella bajó al pueblo a vender flores y él a vender lana. Ese día por la tarde ya estaba enamorado y desde entonces se pasaba las horas en la montaña cuidando sus ovejas y tocando la quena, inventándose melodías de amor para la bella que le había robado el corazón.

Estando debajo del sietecueros de flores moradas le pasó lo que les pasaba a los pastores enamorados: las almohadas silvestres salieron tímidamente a triscar revueltas con las ovejas. Cuando al domingo siguiente lo contó en el pueblo, se rieron de él diciéndole que lo que pasaba era que estaba tan enamorado que veía visiones. Adrianita se ruborizó, pero dijo que sí le creía, pues ya empezaba a descubrir que ese amor era verdadero y que Desiderito no mentía.

Él volvió a la montaña con su rebaño y se dio cuenta de que entre más grande era el amor que sentía, más linda salía la música de su quena, menos flores amarillas de retama comían las almohadas y más se acercaban a escucharlo.

Con el transcurrir de los días hubo una que se aproximó despacito, con el mullido cuerpo levantado y apoyada únicamente en sus cuatro puntas blancas, llegando paso a paso, como pensando cada movimiento, dejando por un instante la pata en el aire, indecisa, pero por fin arriesgándose.

Durante horas y horas escuchaba la música sin dejarse tocar, hasta que llegó el día en que se acercó ronroneando y se acomodó detrás de su cabeza invitándolo a recostarse en ella. Fue un agradable descubrimiento reposar en una almohada mullida que endulzaba el corazón cuando el pastor pensaba en Adrianita.

Desiderito sabía que la almohada lo escuchaba cuando le contaba los progresos de su amor.

Una mañana llegó especialmente feliz a decirle que por fin se iban a casar y por lo tanto ella era libre de volver al páramo con las demás almohadas. Por primera vez en tanto tiempo el mullido animalito de monte habló para decirle que si la libertad era escoger, su decisión estaba tomada: se iba con él, como su primer regalo de bodas.

Esa misma tarde la gente se convenció de que el cuento del pastor no era la invención mágica de un enamorado: la almohada silvestre llegó caminando como otra de sus ovejas, dispuesta a compartir también el amor.

Sobra decir lo felices que fueron los recién casados compartiendo lo poco que tenían, pero que por ser grande el querer, parecía mucho. Dulces sueños después del amor soñaron, abrazados sobre la tierna almohada que desde entonces, alimentándose de ternura, no volvió a necesitar las amarillas flores de retama.

Celso Román - Colombia


La abeja haragana

La abeja haragana

Autor : Horacio Quiroga.

La abeja haragana

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:

-Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.

La abejita contestó:

-Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

-No es cuestión de que te canses mucho -respondieron-, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

-Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió en seguida:

-¡Uno de estos días lo voy a hacer!

-No es cuestión de que lo hagas uno de estos días -le respondieron-, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.

Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:

-¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!

-No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido -le respondieron-, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.

Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.

La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.

-¡No se entra! -le dijeron fríamente.

-¡Yo quiero entrar! -clamó la abejita-. Esta es mi colmena.

-Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras-. No hay entrada para las haraganas.

-¡Mañana sin falta voy a trabajar! -insistió la abejita.

-No hay mañana para las que no trabajan- respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.

Y diciendo esto la empujaron afuera.

La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

-¡Ay, mi Dios! -clamó la desamparada-. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.

Pero de nuevo le cerraron el paso.

-¡Perdón! -gimió la abeja-. ¡Déjenme entrar!

-Ya es tarde -le respondieron.

-¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

-Es más tarde aún.

-¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

-Imposible.

-¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:

-No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.

Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. AI fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

-¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: -¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.

-Es cierto -murmuró la abeja-. No trabajo, y yo tengo la culpa.

-Siendo así -agregó la culebra, burlona-, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamo entonces: -¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

-¡Ah, ah! -exclamó la culebra, enroscándosé ligero -. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?

-No, no es por eso que nos quitan la miel -respondió la abeja.

-¿Y por qué, entonces?

-Porque son más inteligentes.

Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

-¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.

Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:

-Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

-¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? -se rió la culebra.

-Así es -afirmó la abeja.

-Pues bien -dijo la culebra-, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.

-¿Y si gano yo? -preguntó la abejita.

-Si ganas tú -repuso su enemiga-, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?

-Aceptado -contestó la abeja.

La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

-Esto es lo que voy a hacer -dijo la culebra-. ¡Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

-Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

-Entonces, te como -exclamó la culebra.

-¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.

-¿Qué es eso?

-Desaparecer.

-¿Cómo? -exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa-. ¿Desaparecer sin salir de aquí?

-Sin salir de aquí.

-¿Y sin esconderte en la tierra?

-Sin esconderme en la tierra.

-Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida - dijo la culebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

-Ahora me toca a mi, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?

No había modo de hallarla.

-¡Bueno! -exclamó por fin-. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?

Una voz que apenas se oía -la voz de la abejita- salió del medio de la cueva.

-¿No me vas a hacer nada? -dijo la voz-. ¿Puedo contar con tu juramento?

-Sí -respondió la culebra-. Te lo juro. ¿Dónde estás?

-Aquí -respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.

La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.

Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.

Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

-No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

Fin.

19ºcuento: El ave fénix

El Ave Fénix

El Ave Fénix

Autor: Hans Christian Andersen

El Ave Fénix

En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.

Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.

El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.

Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.

¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.

¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.

¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.

En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!.

Fin.



El Asno y el perrito

El Asno y el perrito (Relato Popular)

Un homre poseía un perrito y un asno. El perrito era muy inteligente y juguetón; el asno, muy trabajador, aunque un tanto torpe. El perrito era, en verdad, sumamente gracioso y gran compañero de su amo, que le adoraba. Cuando el hombre salía de la casa, siempre, al regresar, le traía alguna golosina, pues le alegraba ver cómo el animalito daba grandes saltos para sacárle de las manos.

Celoso de tal predilección, el simple del burro dijose un día, sin disimular su envidia. - ¡ Le premia por verle mover la cola, y por unos cuantos saltos le colma de caricias ! ¡ Pues yo haré lo mismo ! Se acercó saltando y, sin querer, le dio una tremenda coz a su dueño, quien, furioso, le condujo para atarle al pesebre.

Moraleja

Asume tu papel con optimismo:

No todos sirven para hacer lo mismo.

18ºcuento: El arco iris y el camaleón.

EL ARCO IRIS Y EL CAMALEÓN

Comienza así nuestra historia:

Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como él. Pasaba el día diciendo: ¡Que bello soy!.

¡No hay ningún animal que vista tan señorial!.

Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad.

Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover.

La lluvia, dio paso al sol y éste a su vez al arco iris.

El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al verlo, pero envidioso dijo: ¡No es tan bello como yo!.

¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la rama de un árbol cercano.

Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las verdades que te enseña la naturaleza.

¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!.

¡Está bien!: dijo el camaleón.

Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.

El camaleón le contestó: ¡Mis colores sirven para camuflarme del peligro, no necesito sentimientos para sobrevivir!.

El pajarillo le dijo: ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir a través de ellos!.

Además puedes compartirlos con los demás como hace el arco iris con su belleza.

El pajarillo y el camaleón se tumbaron en el prado.

Los colores del arco iris se posaron sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus cuerpecitos.

El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.

El color rojo desapareció y en su lugar llegó el amarillo revoloteando por encima de sus cabezas.

Estaban sonrientes, alegres, bailaban y olían el aroma de los claveles y las orquideas.

El amarillo dio paso al verde que se metió dentro de sus pensamientos.

El camaleón empezó a pensar en su futuro, sus ilusiones, sus sueños y recordaba los amigos perdidos.

Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar, peces, delfines y corales le rodeaban.

Daban vueltas y vueltas y los pececillos jugaban con ellos.

Salieron a la superficie y contemplaron las estrellas. Había un baile en el cielo y las estrellas se habían puesto sus mejores galas.

El camaleón estaba entusiasmado.

La fiesta terminó y apareció el color azul claro. Comenzaron a sentir una agradable sensación de paz y bienestar.

Flotaban entre nubes y miraban el cielo.

Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y se mojaron, pero estaban contentos de sentir el frescor del agua.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

El color naranja se había colocado justo delante de ellos.

Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad que le ofrecía el pajarillo.

Todo se iluminó de color naranja.

Aparecieron árboles frutales y una gran alfombra de flores.

Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no valorar aquello que era realmente hermoso.

Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió mas humilde.

17ºcuento: El árbol y la flauta de pan

EL ÁRBOL Y LA FLAUTA DE PAN

Escrito por Nela

EL ÁRBOL Y LA FLAUTA DE PAN

Enfundado entre bosques y envuelto en el misterioso halo de leyendas sobre duendes, hadas y otros habitantes de la oscuridad, hallábase el Gran Reino de Tharon, fortaleza que anidaba en su seno, además de un acogedor pueblo, y a un rey, a una reina y a su preciosa hija, la princesa Yalisa. Los habitantes de este reino eran gentes pacíficas y humildes que profesaban un gran amor por sus reyes y éstos compartían su afecto por tan admirada gente.

Así transcurrieron años felices de buena cosecha y sin guerras en esta preciosa villa. Pero un día en un castillo vecino llamado Crew unos malvados asaltaron por sorpresa el castillo y mataron a los reyes y al príncipe heredero, cuyo cuerpo no volvió a aparecer. Los habitantes de aquel pueblo fueron esclavizados. La gente de Tharon estaba atemorizada pensando que esos malvados podrían llegar a su aldea, pero pasaron los meses con total tranquilidad y la gente se fue olvidando de este trágico suceso, aunque corrían por las calles un montón de leyendas sobre el príncipe desaparecido, el cual se hallaba embrujado en el bosque, según se decía.

Sólo transcurrieron tres meses más de paz ya que una noche en la que la pequeña villa dormía tranquila, unos villanos asaltaron el castillo. Todo sucedió mientras la princesa Yalisa dormía en su torre. De pronto oyó ruidos y voces y al asomarse a la ventana vio a unos hombres vestidos de negro que luchaban contra la guardia real. Esto salvó sus vidas ya que los asaltantes fueron entretenidos lo suficiente como para que Yalisa y sus padres pudieran escapar por los pasadizos del castillo y echar a correr posteriormente por la espesura del valle, cubierto de niebla aquella noche, lo que les permitía una mayor seguridad. Al llegar al bosque la princesa Yalisa se percató de que ya no oía las pisadas de sus padres ni veía sus sombras reflejadas por la tenebrosa luna. Pensó que no podían estar muy lejos y se volvió para buscarles pero entre la densidad de la niebla divisó a sus perseguidores cargados de antorchas que se iban acercando. La pobre princesa no sabía donde buscar a sus padres, pensó en gritar sus nombres pero eso la delataría ante las antorchas que, cada vez más, iluminaban el bosque. La solución era esconderse pero no encontraba ninguna cueva y ningún saliente de roca para esperar agazapada que los malvados villanos pasaran de largo. Así pasó unos interminables minutos hasta que descubrió un hueco en un tronco de árbol y sin pensarlo más se metió dentro esperando no ser encontrada, pero para su sorpresa el tronco se cerró inmediatamente después de que ella entrase.

"¡Oh, no!-pensó angustiada la princesa-seguro que los villanos han instalado trampas en el bosque y he caído en una de ellas."

Inmediatamente después oyó las voces de los villanos que seguían buscándola y maldecían por no haberla encontrado.

Al rato ya no oyó las voces de sus perseguidores mas oyó una voz profunda que parecía salir del corazón de aquel árbol que le decía:

"Hermosa princesa, porque vos sois princesa a buen seguro por las ropas que lleváis, ¿acaso estáis en apuros?"

La princesa respondió aliviada al ver que el árbol no tenía nada que ver con los malvados villanos que querían apresarla:

"Sí, noble árbol, esos malhechores quieren matarme por lo que os ruego que me escondáis aquí unos días más ya que me perdí en el bosque y no puedo regresar al castillo porque, sabe Dios, qué estarán haciendo con mis gentes y que harán conmigo si vuelvo allí."

"Tranquilizaos, bella princesa, aquí no habréis de temer nada.-respondió la misteriosa voz- Lo único que os pido a cambio es que, cuando yo os lo pida, toquéis para mí esta flauta de pan."

"Haré por vos lo que me pidáis, árbol de gran corazón." dijo la princesa sellando el pacto.

Así pasaron unos meses. Yalisa vivía en el bosque, recogía bayas y frutos silvestres e iba a coger agua del río y por la noche se metía en el tronco del árbol y a su paso éste se cerraba hasta la mañana siguiente dándola una seguridad y una protección increíbles que la princesa agradecía dotando al árbol de todos los cuidados. Yalisa estaba a gusto allí aunque el recuerdo de sus padres la hiciera llorar cada noche y sentía de madrugada las voces de los villanos que estaban buscándola para acabar con su vida. Poco a poco la primavera llegó y a su paso trajo el amor entra Yalisa y el árbol, quienes se amaban en secreto.

Un día cuando Yalisa se fue a buscar agua al río oyó unas voces que provenían de la otra orilla. Su instinto la hizo ocultarse entre unos matorrales pero cuando las figuras se acercaron pudo comprobar que eran sus padres que volvían a buscarla. La princesa no se lo pensó dos veces y corrió junto a ellos. Los reyes abrazaron y besaron a la niña durante un buen rato y las lágrimas corrían rápidas por sus mejillas.

"Hija mía, creíamos que te habíamos perdido para siempre" gimoteaba la reina. "Dios es misericordioso y ha escuchado mis súplicas. En cuanto lleguemos a Tharon mandaré edificar una iglesia dedicada al Dios misericordioso que hizo que recuperáramos a nuestra hijita"

Cuando se serenaron Yalisa les pidió volver a Tharon pero los reyes dijeron que tenían noticias de que Tharon aún seguía siendo saqueado por los villanos y que no podían volver. La reina habló de ir a otra villa cercana, Asterville, donde reinaba su hermana ya que los villanos no les encontrarían allí pero para ello habían de cruzar las montañas y era un camino peligroso y largo. Yalisa les contó la historia de su exilio, les habló del árbol, de su promesa,...

Al ver el árbol que el tiempo transcurría y que Yalisa no volvía del río, decidió salir a buscarla. El espíritu del árbol salió de su cuerpo y fue a buscar a la princesa, a quién encontró concretando un plan de huida junto con sus padres. El árbol triste y abatido decidió vagar por el bosque en señal de duelo puesto que su amada princesa se iba a ir traicionándolo y dejándole sólo. El pobre árbol no podía volver a su cuerpo, el lugar donde albergó y amó en secreto a su princesa.

Mientras, Yalisa pidió a sus padres volver para despedirse del árbol a quién apreciaba mucho puesto que le había salvado la vida durante todos estos meses. Sus padres la insistieron mucho en que estaba en peligro. Además caía la noche y los villanos cruzarían el bosque, una noche más ,en su busca. Yalisa accedió pero cuando pasó el río les dijo a que no podía romper su promesa de tocar la flauta de pan al árbol y además éste estaría muy preocupado por su retraso. Sus padres se entristecieron mucho, pero aconsejaron a su hija escuchar la voz de su conciencia y puesto que había sobrevivido durante tantos meses sabían que allí estaría segura. Al final Yalisa decidió quedarse en el árbol y sus padres prometieron venir en su busca tan pronto como llegaran al castillo de Asterville. Así fue como se despidió de sus padres y con lágrimas en los ojos regresó al árbol. Ya era media noche y se oían los gritos lejanos de los villanos que bajaban al bosque a buscarla. Yalisa entró en el árbol pero para su sorpresa su tronco no se cerró tras de ella. Yalisa, sorprendida, suplicó al árbol que se cerrara, que la protegiera una vez más pero no obtuvo respuesta. La princesa gritaba y chillaba desesperadamente mientras oía las voces, ya cercanas, de los villanos.

"Árbol, mi árbol, ¿dónde estás?. Por favor regresa, regresa y protégeme. Amado árbol ¿dónde te escondes?"

El árbol que ya se alejaba por el bosque oyó los gritos de Yalisa y, guiado por su corazón, fue a socorrer a la niña que se encontraba muy cerca de sus agresores ya que sus gritos la delataron. El espíritu del árbol regresó justamente cuando un villano gritó:

"Ahí se esconde lo que buscamos."

Yalisa se adentró en el árbol en un último esfuerzo y para su sorpresa esta vez el tronco se cerró tras de sí. Yalisa le dio las gracias al árbol y le preguntó por qué se había marchado. El árbol, con dolor en sus palabras le respondió:

"Salí a buscaros al ver que vos no regresabais y vi cómo os alejabais con vuestros padres sin ni siquiera despediros de mí ni cumplir vuestra promesa. Entonces decidí vagar por el bosque y llorar tu ausencia" .

"Pero, mi amado árbol, ¿cómo pudisteis pensar que os iba a abandonar, tanto dolor os produciría mi ausencia?", preguntó la princesa.

"Tanto dolor como la muerte" respondió el árbol.

Al terminar estas palabras oyeron las voces de los villanos que llegaban al árbol "¡Allí se escondió!"- gritaba el villano que descubrió a Yalisa, que además parecía se el jefe de esos malvados hombres vestidos de negro.

"¿Qué vamos a hacer?"-preguntó Yalisa asustada.

"Sólo hay una forma de salir de aquí; si en verdad vos me queréis y sentís amor puro por mí tocad la flauta de pan"

Tras dudar, la princesa Yalisa tocó una bella melodía con la flauta y para su sorpresa la figura del árbol se fue desvaneciendo. En su lugar fue apareciendo la figura de un apuesto muchacho vestido con ropas de príncipe. El príncipe tenía en sus brazos a Yalisa a quién dejó en el suelo delicadamente. Luego desenvainó su espada y luchó contra los villanos quienes perecieron ante el poder de su espada. Tras acabar con los malhechores el príncipe tendió la mano de Yalisa quién, después de mucho esfuerzo, logró preguntar al príncipe que quién era y que había pasado con el árbol. El príncipe la respondió:

" Yo soy Sigfrido, príncipe de Crew. Un día estos malvados villanos entraron por sorpresa en mi castillo y mataron a las gentes del pueblo. El mago real y yo logramos escapar hasta aquí pero el mago, que era muy anciano, murió en el trayecto, pero para protegerme, antes de morir , me hechizó y me convirtió en un árbol y me dio su flauta de pan y una espada ante la que sucumbirían todos mis enemigos . El hechizo duraría hasta que una mujer que me quisiera de verdad tocara la flauta mágica, y al hacerlo, la melodía fuera tan hermosa como para deshacer el hechizo que me mantenía preso."

"Pero yo no se tocar la flauta de pan"-alegó la princesa.

"La melodía que buscaba era la del corazón y tu corazón me ha dedicado la más delicada melodía que se ha compuesto jamás-respondió el príncipe- pero ahora debemos darnos prisa e ir a buscar a tus padres para decir a todas las gentes que ya no habrá mas guerras en este reino"

Los príncipes se montaron en un caballo que los villanos habían dejado atado en un árbol y llegaron al castillo de Asterville, donde se ocultaban los padres de Yalisa. Al recibir la noticia se pusieron muy contentos y volvieron a Tharon, ahora medio destruido, y vieron cómo los villanos habían esclavizado a sus gentes, como había sucedido anteriormente en Crew. Al ver a sus reyes las gentes de Tharon se pusieron muy contentos y se celebró una gran fiesta en honor a los monarcas y a su príncipe invitado.

A la mañana siguiente el príncipe debía partir a Crew para volver a reinar como lo habían hecho sus padres antes de su muerte. Pero al despedirse de la princesa, ésta no pudo contener las lágrimas y le preguntó:

"¿Os he de perder otra vez, noble caballero?"

A lo que el príncipe respondió:

"No pensaba reinar sólo, además, creo que Crew necesita una reina. ¿Os gustaría casaros conmigo?"

Unos meses después se celebraba una boda en Tharon para inaugurar una iglesia construida en honor a la misericordia de Dios, tal y como mandó el rey quién aseguraba que fue esa misericordia la que le devolvió a su hija. Los contrayentes de aquella boda fueron el príncipe Sigfrido de Crew y la princesa Yalisa de Tharon, quienes reinaron felices en el pueblo de Crew, cuyo escudo ahora lleva un árbol y una flauta de pan en honor a sus reyes.

FIN

16ºcuento: El árbol del Ruiseñor

El Árbol del Ruiseñor.

Hubo una vez un lindo ruiseñor que hacía su nido en la copa de un gran roble. Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos.

La vida volvía a nacer entre sus ramas. Las hojas crecían y crecían. También lo hacían los polluelos del pequeño pajarito.

Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas.

Algunas ardillas curiosas se acercaban para ver como los polluelos picoteaban el cascarón hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello. Empujaban con fuerza y lograban salir hacia fuera.

Sus plumitas estaban húmedas. En unas cuantas horas se habrían secado y los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba.

El árbol estaba orgulloso de ellos. Él también era envidiado por los demás árboles no sólo por tener al ruiseñor sino por la belleza de su tronco y sus hojas. Era grandioso verlo en primavera.

Al llegar el otoño, las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo. Con gran tristeza caían, pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad. Al pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas.

Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra. Revoloteaba haciendo piruetas, buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas, unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos.

Un día un hongo fue a vivir con él. Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi, bueno, tenía un nombre muy raro, pero ellos le llamaban así.

El roble comenzó a sentirse enfermito, tenía muchos picores y su piel se arrugaba.

De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco.

Estaba un poco descolorido, ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés jugaran alrededor de sus raíces.

Él hongo estaba celoso del árbol y de su amistad con el ruiseñor.

Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él, envidioso de su amor no le importó hacerle sufrir.

Los demás animales convencieron al hongo para que abandonara al árbol. Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza.

A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer.

El hongo aprendió una gran lección, su poder y su fuerza debía utilizarlas, para algo bueno, para crear, no para destruir.


15º cuento: El ángel guardián

EL ÁNGEL GUARDIÁN

Hay un Ángel Guardián que te toma y te lleva como el viento y con los niños va por donde van, tiene cabellos suaves que van en la venteada ojos dulces y graves que te sosiegan con una mirada y matan miedos dando claridad. Él tiene cuerpo, manos y pies de alas y las seis alas vuelan o resbalan las seis te llevan de su aire batido y lo mismo te llevan de dormido, hace mas dulce la pulpa madura que entre tus labios golosos estrujas rompe ala nuez su taimada envoltura y es quien te libra de gnomos y brujas. Es quien te ayuda a que cortes las rosas que están sentadas en trampas de espinas el que té pasa las aguas mañosas y el que te sube las cuestas más pinas. Y aunque camine contigo apareado como la guinda y la guinda bermeja cuando su sena te pone el pecado recoge tu alma y el cuerpo te deja no es mentira es verdad que tienes un ángel por donde quiera que vas y con los niños a la escuela también van.

14º cuento: El ángel de los niños

El Angel de los Niños

Autor : Desconocido.


Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:

- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy

- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te esta esperando y que te cuidara.

- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y Sonreír, eso basta para ser feliz.

- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tu sentirás su amor y serás feliz.

-¿Y como entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?

- Tu ángel te dirá las palabras mas dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.

-¿Y que haré cuando quiera hablar contigo?

- Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.

-He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?

- Tu ángel te defenderá mas aún a costa de su propia vida.

- Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor.

- Tu ángel te hablará siempre de Mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.

En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando...

-¡¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!!. ¿Cómo se llama mi ángel?

- Su nombre no importa, tu le dirás : MAMÁ .

Fin.

13ºcuento: El ángel


El ángel

Autor: Hans Christian Andersen


Cada vez que muere un niño bueno, baja del cielo un ángel de Dios Nuestro Señor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeñuelo amó, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de que luzcan allá arriba más hermosas aún que en el suelo. Nuestro Señor se aprieta contra el corazón todas aquellas flores, pero a la que más le gusta le da un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los bienaventurados.

He aquí lo que contaba un ángel de Dios Nuestro Señor mientras se llevaba al cielo a un niño muerto; y el niño lo escuchaba como en sueños. Volaron por encima de los diferentes lugares donde el pequeño había jugado, y pasaron por jardines de flores espléndidas.

- ¿Cuál nos llevaremos para plantarla en el cielo? -preguntó el ángel.

Crecía allí un magnífico y esbelto rosal, pero una mano perversa había tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones.

- ¡Pobre rosal! -exclamó el niño-. Llévatelo; junto a Dios florecerá.

Y el ángel lo cogió, dando un beso al niño por sus palabras; y el pequeñuelo entreabrió los ojos.

Recogieron luego muchas flores magníficas, pero también humildes ranúnculos y violetas silvestres.

- Ya tenemos un buen ramillete -dijo el niño; y el ángel asintió con la cabeza, pero no emprendió enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por uno de sus angostos callejones, donde yacían montones de paja y cenizas; había habido mudanza: veíanse cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo.

Entre todos aquellos desperdicios, el ángel señaló los trozos de un tiesto roto; de éste se había desprendido un terrón, con las raíces, de una gran flor silvestre ya seca, que por eso alguien había arrojado a la calleja.

- Vamos a llevárnosla -dijo el ángel-. Mientras volamos te contaré por qué.

Remontaron el vuelo, y el ángel dio principio a su relato:

- En aquel angosto callejón, en una baja bodega, vivía un pobre niño enfermo. Desde el día de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su felicidad no pasó de aquí. Algunos días de verano, unos rayos de sol entraban hasta la bodega, nada más que media horita, y entonces el pequeño se calentaba al sol y miraba cómo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que mantenía levantados delante el rostro, diciendo: «Sí, hoy he podido salir».

Sabía del bosque y de sus bellísimos verdores primaverales, sólo porque el hijo del vecino le traía la primera rama de haya. Se la ponía sobre la cabeza y soñaba que se encontraba debajo del árbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los pájaros.

Un día de primavera, su vecinito le trajo también flores del campo, y, entre ellas venía casualmente una con la raíz; por eso la plantaron en una maceta, que colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Había plantado aquella flor una mano afortunada, pues, creció, sacó nuevas ramas y floreció cada año; para el muchacho enfermo fue el jardín más espléndido, su pequeño tesoro aquí en la Tierra. La regaba y cuidaba, preocupándose de que recibiese hasta el último de los rayos de sol que penetraban por la ventanuca; la propia flor formaba parte de sus sueños, pues para él florecía, para él esparcía su aroma y alegraba la vista; a ella se volvió en el momento de la muerte, cuando el Señor lo llamó a su seno. Lleva ya un año junto a Dios, y durante todo el año la plantita ha seguido en la ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de la calle. Y ésta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en nuestro ramillete, pues ha proporcionado más alegría que la más bella del jardín de una reina.

- Pero, ¿cómo sabes todo esto? -preguntó el niño que el ángel llevaba al cielo.

- Lo sé -respondió el ángel-, porque yo fui aquel pobre niño enfermo que se sostenía sobre muletas. ¡Y bien conozco mi flor!

El pequeño abrió de par en par los ojos y clavó la mirada en el rostro esplendoroso del ángel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Nuestro Señor, donde reina la alegría y la bienaventuranza.

Dios apretó al niño muerto contra su corazón, y al instante le salieron a éste alas como a los demás ángeles, y con ellos se echó a volar, cogido de las manos. Nuestro Señor apretó también contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la besó, infundiéndole voz, y ella rompió a cantar con el coro de angelitos que rodean al Altísimo, algunos muy de cerca otros formando círculos en torno a los primeros, círculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y la pobre flor silvestre que había estado abandonada, entre la basura de la calleja estrecha y oscura, el día de la mudanza.

Fin

12º cuento: El amigo fiel

EL AMIGO FIEL

Un día, la vieja rata de agua sacó la cabeza por su agujero. Tenía unos ojos redondos muy vivaces y unos densos bigotes grises. Su cola parecía un largo elástico oscuro.

Unos patitos nadaban en el estanque igual que una bandada de canarios amarillos, y su madre, completamente blanca con patas rojas, esforzábase por enseñarles a meter la cabeza en el agua.

-No podéis presentaros jamás a la buena sociedad si no aprendéis a meter la cabeza- les decía.

Y les enseñaba una vez más cómo tenían que hacerlo Pero los patitos no prestaban mucha atención a sus lecciones. Eran tan jóvenes que no sabían las ventajas que depara la vida de sociedad.

-¡Qué criaturas más desobedientes!- exclamó la rata de agua-. ¡Merecían ahogarse sinceramente!

-¡No lo quiera Dios!- repuso la pata-. Todo tiene sus principios y nunca es demasiada la paciencia de los padres.

-¡Ah! No tengo la más vaga idea de los sentimientos paternos- dijo la rata de agua-. No soy padre de familia. Nunca me he casado, ni he pensado en hacerlo. Seguramente el amor es una buena cosa a su manera; pero la amistad vale más. Afirmo que no conozco en el mundo nada más noble o más raro que una fiel amistad.

-Y, dígame, se lo ruego, ¿qué idea tiene usted de los deberes de un amigo fiel?- preguntó un pardillo verde que había escuchado la conversación sobre un sauce retorcido.

Sí, eso es precisamente lo que quisiera yo saber dijo la pata y, nadando hacia el borde del estanque, metió su cabeza en el agua para dar buen ejemplo a sus hijos.

-¡Tonta pregunta!- gritó la rata de agua-. ¡Cómo es natural, considero amigo fiel al que me demuestra fidelidad!

-¿Y qué hará usted en cambio?- dijo la avecilla hamacándose en una ramita plateada y moviendo sus alitas.

-No le entiendo a usted- respondió la rata de agua.

-Permitidme que les cuente una historia sobre el asunto-dijo el pardillo.

-¿Se refiere a mí esa historia?- preguntó la rata de agua-. Si es así, la escucharé con agrado, porque a mí me vuelven loca los cuentos.

-Puede aplicarse a usted- respondió el pardillo.

Y desplegando las alas, se posó en la orilla del estanque, y contó la historia del amigo fiel.

-Había una vez- comenzó el pardillo- un honrado mozo llamado Hans.

-¿Era un hombre realmente distinguido?- preguntó la rata de agua.

-No- respondió el pardillo-. No creo que fuese nada distinguido, salvo por su buen corazón y por su redonda cara morena y afable.

Vivía en una humilde casita del campo y todos los días trabajaba en su jardín.

En toda la región no había jardín tan lindo como el suyo. Crecían en él claveles, alelíes, capselas, saxífragas, así como rosas de Damasco y rosas amarillas, azafranadas, lilas y oro y alelíes rojos y blancos.

Y según los meses y en orden florecían agavanzos y cardaminas, mejoranas y albahacas silvestres, velloritas e iris de Alemania, asfódelos y claveros.

Una flor reemplazaba a otra. Por lo cual había siempre cosas bonitas a la vista y buenos olores que respirar.

El pequeño Hans tenía muchos amigos, pero el más cercano a él era el gran Hugo, el molinero. Realmente, el rico molinero era tan íntimo del pequeño Hans, que no visitaba jamás su jardín sin inclinarse sobre los macizos y tomar un gran ramo de flores o un buen puñado de lechugas suculentas o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y de cerezas, según la estación.- Los amigos verdaderos lo comparten todo- solía decir el molinero.

Y el pequeño Hans asentía con la cabeza, sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un amigo con tan nobles pensamientos.

Algunas veces, no obstante, al vecindario le resultaba raro que el rico molinero no diese nunca nada en cambio al pequeño Hans, aunque dispusiera de cien sacos de harina almacenados en su molino, seis vacas lecheras y una gran cantidad de ganado lanar; pero Hans no pensó jamás en semejante cosa.

Nada le gustaba tanto como oír las bellas cosas que el molinero acostumbraba decir sobre la solidaridad de los verdaderos amigos.

Así, pues, el pequeño Hans cultivaba su jardín. En primavera, en verano y en otoño, sentíase muy feliz; pero cuando llegaba el invierno y no tenía ni frutos ni flores que llevar al mercado, sufría mucho frío y mucha hambre, acostándose con frecuencia sin haber comido más que unas peras secas y algunas nueces rancias.

Además, en invierno, hallábase muy solo, porque el molinero no iba jamás a visitarle en aquella estación.

-No está bien que visite al pequeño Hans mientras duren las nieves- decía con frecuencia el molinero a su mujer-. Cuando las personas pasan apuros hay que dejarlas solas y no mortificarlas con visitas. Ésa es por lo menos mi opinión sobre la amistad, y estoy seguro de que es atinada. Por eso esperaré la primavera y entonces iré a verle; podrá darme un gran cesto de velloritas y eso le pondrá contento.

-Eres realmente solícito con los demás- le comentaba su mujer, sentada en un cómodo sillón al lado de un buen fuego de leña-. Es un verdadero placer oírte hablar de la amistad. Tengo la seguridad de que el cura no diría sobre ella tan bellas cosas como tú, aunque tenga una casa de tres pisos y lleve un anillo de oro en el meñique.

-¿Y no podríamos decir al pequeño Hans que venga aquí?- preguntaba el hijo del molinero-. Si el pobre Hans está en apuros, le daré la mitad de mi sopa y le mostraré mis conejos blancos.

-¡Qué tonto eres!- exclamó el molinero-. Verdaderamente, no sé para qué sirve mandarte a la escuela. Parece que no aprendes nada. Si el pequeño Hans viniese aquí, ¡diablos!, y viera nuestro buen fuego, nuestra magnífica cena y nuestra gran barrica de vino tinto, podría sentir envidia. Y la envidia es una cosa horrible que arruina los mejores caracteres. Realmente, no podría yo sufrir que el carácter de Hans se estropeara. Soy su mejor amigo, cuidaré siempre de él y tendré buen cuidado de no exponerlo a ninguna tentación. Además, si Hans viniese aquí, podría pedirme que le diese un poco de harina fiada, lo cual no me es posible hacer. La harina es una cosa y la amistad es otra, y no deben mezclarse. Esas dos palabras se escriben de un modo diferente y significan cosas muy distintas, como todo el mundo sabe.

-¡Qué bien hablas!- dijo la mujer del molinero sirviéndose un gran vaso de cerveza caliente-. Me siento realmente como adormecida, lo mismo que en la iglesia.

-Muchos obran bien- continuó el molinero-, pero pocos saben hablar bien, lo que prueba que hablar es, con mucho, la cosa más difícil, así como la más bella de las dos.

Y miró con severidad por encima de la mesa a su hijo, que sintió tal vergüenza de sí mismo, que agachó la cabeza, se puso casi rojo y empezó a llorar encima de su té.

¡Era tan joven, que bien pueden ustedes disculparle!

-¿Así termina la historia?- preguntó la rata de agua.

-Nada de eso- respondió el pardillo-. Ése es el principio.

-Entonces está usted muy atrasado con relación a su tiempo- respondió la rata de agua-. Hoy día todo buen cuentista comienza por el final; prosigue por el comienzo y acaba por la mitad. Es el nuevo método. Lo he oído así de boca de un crítico que se paseaba alrededor del estanque con un joven. Trataba el asunto magistralmente y estoy segura de que tenía razón, porque calzaba unas gafas azules y era calvo; y cuando el joven le hacía observación respondía siempre: "¡Ps!" Pero continúe usted su historia, se lo ruego. Me gusta mucho el molinero. Yo también encierro toda clase de bellos sentimientos, por eso hay una gran simpatía entre él y yo.

-¡Bien!- dijo el pardillo saltando en sus dos patitas-. No bien pasó el invierno, y apenas las velloritas empezaron a abrir sus estrellas amarillas pálidas, el molinero dijo a su mujer que iría a visitar al pequeño Hans.

-¡Ah, qué buen corazón tienes!- le gritó su mujer- Piensas siempre en los demás. No olvides llevar el canasto grande para traer las flores.

Entonces el molinero ató unas con otras las aspas del molino con una fuerte cadena de hierro y bajó la colina con la cesta al brazo.

-Buenos días, pequeño Hans- dijo el molinero.

-Buenos días- respondió Hans, apoyándose en su azadón y sonriendo con toda su boca.

-¿Que tal has pasado el invierno?- preguntó el molinero.

-¡Bien, bien!- respondió Hans-. Muchas gracias por tu interés. He pasado malos ratos, pero ahora ha vuelto la primavera y soy casi feliz... Además, mis flores van muy bien.

-Hablamos de ti con mucha frecuencia este invierno, Hans- prosiguió el molinero-, preguntándonos qué sería de ti.

-¡Qué amable eres!- dijo Hans-. Temí que me hubieras olvidado.

-Hans, me asombra oírte hablar de ese modo- dijo el molinero-. La amistad no olvida jamás. Eso es lo que tiene de admirable, aunque me temo que no comprendas la poesía de la amistad... Y entre otras cosas, ¡qué bellas están tus velloritas!

-Sí, realmente están muy bellas- dijo Hans-, y es para mí una gran suerte tener tantas. Voy a llevarlas al mercado, para vendérselas a la hija del burgomaestre y con ese dinero compraré otra vez mi carretilla.

-¿Qué comprarás otra vez tu carretilla? ¿Quieres decir entonces que la vendiste? Es un acto muy tonto.

-Seguramente, pero el hecho es- replicó Hans- que me vi obligado a ello. Como sabes, el invierno es una estación mala para mí y no tenía nada de dinero para comprar pan. Así es que vendí primero los botones de plata de mi traje de los domingos; después mi cadena de plata y luego mi flauta. Por fin vendí mi carretilla. Pero ahora voy a rescatarlo todo.

-Hans- dijo el molinero- te daré mi carretilla. No está en muy buen estado. Uno de los lados se ha roto y están algo maltrechos los radios de la rueda, pero no obstante te la daré. Sé que es muy generoso por mi parte y a mucha gente le parecerá una locura que me deshaga de ella, pero yo no soy como el resto del mundo. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad, y por otra parte, me he comprado una carretilla nueva. Sí, puedes quedar tranquilo... Te daré mi carretilla.

-Gracias, eres muy bueno- dijo el pequeño Hans. Y su afable cara redonda se iluminó de placer-. Puedo arreglarla fácilmente porque tengo una tabla en mi casa.

-¡Una tabla!- exclamó el molinero-. ¡Muy bien!

Eso es justamente lo que necesito para la techumbre de mi granero. Hay una gran brecha y se me echará a perder todo el trigo si no la tapo. ¡Qué oportuno has estado! Realmente está claro que una buena acción engendra otra siempre. Te he dado mi carretilla y ahora tú vas a darme tu tabla. Es cierto que la carretilla vale mucho más que la tabla, pero la amistad sincera no nunca se detiene en esas cosas. Dame enseguida la tabla y hoy mismo comenzaré a trabajar para arreglar mi granero.

-¡Ya lo creo!- repuso el pequeño Hans.

Fue corriendo a su casa y sacó la tabla.

-No es una tabla muy grande- dijo el molinero mientras la observaba- y me temo que una vez hecho el arreglo de la techumbre del granero no quedará madera suficiente para la compostura de la carretilla, pero claro es que no tengo la culpa de eso... Y ahora, en vista de que te he dado mi carretilla, estoy seguro de que accederás a darme en cambio unas flores... Aquí está el cesto; trata de llenarlo casi por completo.

-¿Casi por completo?- dijo el pequeño Hans, bastante afligido porque el cesto era bastante grande y comprendía que si lo llenaba, no le quedarían flores para llevar al mercado y estaba deseando recuperar sus botones de plata.

-A fe mía- respondió el molinero-, ya que te doy mi carretilla no creí que fuese mucho pedirte unas cuantas flores. Podré estar equivocado, pero yo supuse que la amistad, la verdadera amistad, estaba exenta de toda clase de cálculos.

- Mi querido amigo, mi mejor amigo- protestó el pequeño Hans-, todas las flores de mi jardín son tuyas, porque me importa mucho más tu estimación que mis botones de plata.

Y corrió a cortar las lindas velloritas y a llenar el canasto del molinero.

- ¡Adiós, pequeño Hans!- dijo el molinero subiendo la colina con su tabla al hombro y su gran cesto al brazo.

- ¡Adiós!- le respondió el pequeño Hans.

Y se puso a cavar dichoso ¡estaba tan contento de tener carretilla!

Al otro día, cuando estaba sujetando unas madreselvas encima de su puerta, oyó la voz del molinero que lo llamaba desde el camino. Entonces bajó de su escalera, corrió hacia el fondo del jardín y miró por sobre del muro.

Era el molinero con un gran saco de harina a su espalda,

-Pequeño Hans- dijo el molinero-, ¿querrías llevarme este saco de harina al mercado?

- ¡Oh, lo siento mucho!- dijo Hans-; pero a decir verdad me encuentro hoy ocupadísimo. Tengo que sujetar todas mis enredaderas, que regar todas mis flores y que cortar todo el césped.

- ¡Pardiez!- replicó el molinero-; creí que tomando en cuenta que te di mi carretilla no te negarías a complacerme.

- ¡Oh, si no me niego!- protestó el pequeño Hans-.

Por nada del mundo dejaría yo de proceder como amigo tratándose de ti.

Y fue a buscar su gorra y partió con el gran saco cargado al hombro.

Era un día muy caluroso y la carretera estaba terriblemente polvorienta. Antes de que Hans llegara al mojón que marcaba la sexta milla, estaba tan fatigado que tuvo que sentarse a reposar. Sin embargo, no tardó mucho en continuar alegremente su camino, llegando por fin al mercado.

Después de un rato, vendió el saco de harina a un buen precio y volvió a su casa de un tirón, porque temía tropezar con algún salteador en el camino si se demoraba mucho.

-¡Qué día más duro!- se dijo Hans al meterse en la cama-. Pero me alegra mucho no haberme negado, porque el molinero es mi mejor amigo, y además, me dará su carretilla.

A la mañana siguiente, muy temprano, el molinero llegó a buscar el dinero de su saco de harina, pero el pequeño Hans estaba tan cansado, que no se había levantado aún de la cama.

-¡Palabra!- exclamó el molinero-. Eres muy perezoso. Cuando pienso que acabo de darte mi carretilla, creo que podrías trabajar con más ánimo. La pereza es un gran defecto y no quisiera yo que ninguno de mis amigos fuera perezoso o apático. No creas que te hablo sin consideración. Es cierto que no te hablaría así si no fuese amigo tuyo. Pero, ¿de qué serviría la amistad si no pudiera uno decir sinceramente lo que piensa? Todo el mundo puede decir cosas agradables y esforzarse en ser agradable y en halagar, pero un amigo verdadero dice cosas molestas y no teme causar pesadumbre. Por el contrario, si es un amigo leal, lo prefiere, porque sabe que así hace bien.

-Lo lamento mucho- respondió el pequeño Hans, restregándose los ojos y sacándose el gorro de dormir- Pero estaba tan cansado, que creía haberme acostado hace poco y escuchaba cantar a los pájaros. ¿No sabes que trabajo siempre mejor cuando he oído cantar a los pájaros?

-¡Bueno, tanto mejor!- replicó el molinero dándole una palmada en el hombro-; porque necesito que arregles la techumbre de mi granero.

Al pequeño Hans le era muy necesario ir a trabajar a su jardín porque hacía dos días que no regaba sus flores, pero no quiso decir que no al molinero, que era su mejor amigo.

-¿Crees que sería inamistoso decirte que tengo que hacer?- preguntó con voz humilde y tímida.

-No creí nunca, a fe mía- respondió el molinero-, que fuese demasiado pedirte, teniendo en cuenta que acabo de regalarte mi carretilla, pero por supuesto que lo haré yo mismo sí te niegas.

-¡Oh, de ningún modo!- exclamó el pequeño Hans, saltando de su cama.

Se vistió y corrió al granero.

Trabajó allí durante todo el día hasta el atardecer, y al ponerse el sol, vino el molinero a ver cuánto había hecho.

-¿Has tapado el boquete del techo, pequeño Hans?- gritó el molinero con tono alegre.

-Está casi terminado- respondió Hans, bajando de la escalera.

-¡Ah!- dijo el molinero-. No hay trabajo tan delicioso como el que se hace para los demás.

-¡Es un encanto oírte hablar!- respondió el pequeño Hans, que descansaba secándose la frente-. Es un encanto, pero temo no tener yo jamás ideas tan hermosas como tú.

-¡Oh, ya las tendrás!- dijo el molinero-: pero habrás de tomarte más trabajo. Por ahora no tienes más que la práctica de la amistad. Algún día dominarás también la teoría.

-¿Crees eso de verdad?- preguntó el pequeño Hans.

Sin ninguna duda- contestó el molinero-. Pero ahora que has arreglado el techo, mejor harás en regresar a tu casa a descansar, pues mañana necesito que lleves mis carneros a la montaña.

El pobre Hans no tuvo ánimos para protestar, y al día siguiente, al amanecer, el molinero condujo sus carneros hasta cerca de su casita y Hans se fue con ellos a la montaña. Entre ir y volver se le pasó el día, y cuando volvió estaba tan cansado, que se durmió en su silla y no se despertó hasta entrada la mañana.

-¡Qué tiempo más delicioso tendrá mi jardín- se dijo-, e iba a comenzar a trabajar; pero por un motivo u otro no tuvo tiempo de echar un vistazo a sus flores; llegaba su amigo el molinero y lo enviaba muy lejos a recados o le pedía que lo ayudase en el molino. Algunas veces el pequeño Hans se apuraba mucho al pensar que sus flores creerían que las había olvidado; pero lo consolaba pensar que el molinero era su mejor amigo.

-Además- acostumbraba decirse- va a darme su carretilla, lo cual es un acto de real desprendimiento.

Y el pequeño Hans trabajaba para el molinero, y éste decía gran cantidad de cosas bellas sobre la amistad, cosas que Hans copiaba en su libro verde y releía por la noche, pues era culto.

Ahora bien; sucedió que una noche, cuando el pequeño Hans estaba sentado junto al fuego, dieron un aldabonazo en la puerta.

La noche era oscurísima. El viento soplaba y rugía en torno de la casa de un modo tan terrible, que Hans pensó al principio si sería el huracán el que sacudía la puerta.

Pero sonó un segundo golpe y después un tercero más fuerte que los otros.

-Será algún pobre viajero- se dijo el pequeño Hans y fue a la puerta.

El molinero estaba en el umbral con una linterna en una mano y un gran garrote en la otra.

-Querido Hans- gritó el molinero-, me agobia un gran pesar. Mi hijo se ha caído de una escalera, hiriéndose. Voy a buscar al médico. Pero vive lejos de aquí y la noche es tan mala, que he pensado que fueses tú en mi lugar. Ya sabes que te doy mi carretilla. Se me ocurre que estaría muy bien que hicieses algo por mí en cambio.

-Por supuesto- exclamó el pequeño Hans-; me alegra mucho que hayas pensado en tu linterna, porque la noche es tan negra, que temo caer en alguna zanja.

-Lo siento muchísimo- respondió el molinero-, pero es mi linterna nueva y sería una gran desgracia que le ocurriese algo.

-¡Bueno, no hablemos más! Prescindiré de ella- dijo el pequeño Hans.

Se puso su gran capa de pieles, su gorro rojo de gran abrigo, se enrolló su tapabocas alrededor del cuello y salió.

¡Qué terrible tempestad se desencadenaba!

La noche era tan negra, que el pequeño Hans apenas veía, y el viento era tan fuerte, que le costaba gran trabajo caminar.

Sin embargo, él era muy animoso, y después de caminar cerca de tres horas, llegó a casa del médico y llamo a la puerta.

-¿Quién es?- gritó el doctor, asomando la cabeza a la ventana de su habitación.

-¡El pequeño Hans, doctor!

-¿Y qué quieres, pequeño Hans?

-El hijo del molinero se ha caído de una escalera y se ha herido y necesita que vaya usted en seguida.

-¡Muy bien!- replicó el doctor.

Enjaezó en el acto su caballo, se calzó sus grandes botas, y, tomando su linterna, bajó la escalera. Se dirigió a casa del molinero, llevando al pequeño Hans a pie, detrás de él.

Pero la tormenta arreció. Llovía a cántaros y el pequeño Hans no podía ni ver por dónde iba, ni seguir al caballo.

Al fin, perdió su camino y anduvo vagando por el páramo, que era un paraje peligroso lleno de pozos profundos, cayó en uno de ellos el pobre Hans y se ahogó.

Al día siguiente, unos pastores hallaron su cuerno flotando en una gran charca y lo llevaron a su casita.

Todo el mundo fue al entierro del pequeño Hans porque era muy querido. Y el molinero estuvo a la cabeza del duelo.

-Era yo su mejor amigo- decía el molinero-; justo es que ocupe el lugar de honor.

Así es que fue a la cabeza del cortejo con una larga capa negra; de cuando en cuando se secaba los ojos con un gran pañuelo de hierbas.

-El pequeño Hans representa ciertamente una gran pérdida para todos nosotros- dijo el hojalatero cuando hubieron terminado los funerales y cuando el acompañamiento estuvo cómodamente instalado en la posada, bebiendo vino dulce y comiendo buenos pasteles.

-Es una gran pérdida, sobre todo para mí- contestó el molinero-. A fe mía que fui lo suficiente bueno para comprometerme a darle mi carretilla y ahora no sé qué hacer de ella. Me molesta en casa, y está en tan mal estado, que si la vendiera no obtendría nada. Os aseguro que de ahora en más no daré nada a nadie. Se pagan siempre las consecuencias de haber sido generoso.

-Y es verdad- comentó la rata de agua después de una larga pausa.

-¡Bueno! Pues nada más- dijo el pardillo.

-¿Y qué fue del molinero?- dijo la rata de agua.

-¡Oh! No lo sé con certeza- contestó el pardillo- y verdaderamente me da igual.

-Es obvio que el carácter de usted no es nada simpático-dijo la rata de agua.

-Temo que no haya usted entendido la moraleja de la historia- replicó el pardillo.

-¿Qué?- gritó la rata de agua.

-La moraleja.

-¿Eso quiere decir que la historia tiene una moraleja?

-¡Por supuesto que sí!- afirmó el pardillo.

-¡Caramba!- dijo la rata con tono irritado-. Podía usted habérmelo dicho antes de comenzar. De haberlo sabido no lo hubiera escuchado, con toda seguridad. Le hubiese dicho indudablemente: "¡Ps!", como el crítico. Pero todavía estoy a tiempo de hacerlo.

Gritó su "¡Ps!" a toda voz, y dando un coletazo, regresó a su agujero.

-¿Qué le parece a usted la rata de agua?- preguntó la pata, que llegó chapoteando un poco después-. Tiene muchas buenas cualidades, pero yo, por mi parte, tengo sentimientos de madre y no puedo ver a un solterón empedernido sin que se me salten las lágrimas.

-Temo haberle molestado- contestó el pardillo- Lo cierto es que le he contado una historia que tiene su moraleja.

-¡Ah, eso es siempre una cosa muy arriesgada!- dijo la pata.

-Y yo soy de su misma opinión en absoluto.

Oscar Wilde –Inglaterra